En el 2003 yo vivía en Vancouver, BC, Canadá y en mi radar televisivo no
había ni la más mínima indicación de la
existencia del fenómeno que arrasaba en Brasil y pronto barrería con los
ratings a través de Latinoamérica y el mundo: El Clon. Por fin la puedo
disfrutar en su retransmisión por Telemundo en el horario del mediodía.
Esta historia trata del choque de
la cultura marroquí y la brasilera en torno a la vida de Jade, una joven tan artimañosa como tan
bella que usa su inteligencia para tratar de aquietar su rebelde corazón y recuperar el tiempo perdido con el amor de
su vida, un brasilero llamado Lucas.
Ella no cuenta con la audacia de un científico igual de inabnegado que ella, pero no ante una vida sin Lucas. La obsesión
de este doctor de gran renombre en la genética y fertilidad es el fenecido
gemelo de Lucas, Diogo. Diogo era más dinámico que Lucas y al parecer todos
menos Jade lo querían más. Y de esa obsesión, el ovulo de una paciente incauta
y una célula de Lucas, nace el Clon que al pasar del tiempo se sumara al
alboroto en el corazón de Jade.
Jade tampoco contó con la rebeldía de su marido Zaid y el buen amor de otro hombre llamado Zein que
quedo hechizado por ella. Los 4 hombres tratan de quedarse con el amor de Jade.
En medio de esa vorágine de sentimientos, Jade descubre que su único amor es su
hija Khadija. Ese es el único amor por el que luchara. El hombre de su vida ya no
es prioridad.
Con El Clon, Globo inicio el siglo XXI rompiendo esquemas al tratar el
tema de una cultura islámica en un mundo post 9/11 dentro de un contexto ajeno
al terrorismo exaltando el exotismo marroquí,
con la majestuosidad de sus ruinas, la inmensidad del desierto, la variedad, textura
y colorido de sus telas, el bullicio de su medina, la algarabía de sus fiestas, la brillantez de su oro, la
exquisitez de su cocina y la devoción total a Allah. Los mandatos del libro
sagrado permean la vida entera de los creyentes—de una manera inimaginable para
los secularistas, humanistas, científicos y cristianos que desfilan por Fes durante
la trama. Todo es fe, colorido, tradiciones y la ética de trabajo de los marroquíes
que emigran a Brasil con hambre de éxito y renombre mientras glorifican a Allah.
En ese escenario, las mujeres o son fieles a las costumbres o unas rasga
velos, exhibicionistas, bandidas de siete suelas. Hay una dualidad sin puntos
medios que mete miedo. Todo es reglamentariamente absoluto. Eso trae enfrentamientos
entre las mujeres y muy poca hermandad entre ellas con el apoyo total y
consciente de los hombres. Por más que exijan paz en el hogar, son los primeros
en difundir el temor del infierno y el dogma del exhibicionismo con gran elocuencia
más allá de la saciedad. La trama se enriquece con las mujeres que cuestionan
este sistema de creencias que usan el Corán como parapeto para el control
femenino. Ahí, la hermandad que exige el libro sagrado queda irreparablemente
rota. La imposición de supuestos valores se utiliza para encubrir la envidia
hacia las que se atreven a pensar fuera del molde costumbrista impuesto desde
tiempos inmemorables. El tiempo todo lo desvirtúa y a veces necesita revisionismo
a favor del empoderamiento de la mujer más allá de la deuda social con las
costumbres.
Y más en estos tiempos cuando el terrorismo cobra mayores dimensiones
del horror en masa del 9/11 y 3/11. Ahora el horror es uno a uno con secuestros
y decapitaciones a manos de la nación ISIS. El Clon nos transporta a la vida
del marroquí de a pie que desea prosperar sin llevar a cabo actos extremistas.
Ahora bien los marroquíes de la novela si experimentan recelo ante la separación
y dificultad de entendimiento entre sus valores que son muy propios del África meridional
islámica versus los del exterior occidental. El paraíso marroquí de la novela ignora
la crisis que la inmigración marroquí y los estragos que causa en las aguas
internacionales en el sur de Europa.
Novela al fin, se idealizan
ciertos puntos de lo exótico y los problemas
como el crimen, la drogadicción, la apropiación ilegal de un
apartamento, la clonación clandestina de un ser humano, un embarazo con esperma
mal habida y padres egoístas quedan como fenómenos estrictamente occidentales
en Rio de Janeiro. Todos estos horrores son a raíz de la familia fragmentada
alimentada por el materialismo y arribismo social en una sociedad alejada de
Dios. Ese es el precio de la libertad en esta novela: el dolor. La misma moneda
que tienen las mujeres de Fes para pagar por algún viso de libertad sobre las
reglas que pesan sobre ellas. Sea cual sea la era en que nos encontremos ese el
precio tanto en la ficción como en la realidad que se paga por romper los lazos
con lo que la fe o la familia puedan exigir. Ojala no fuese así. Si la
verdadera hermandad de la fe y la familia
existiese bajo un manto sagrado, existiese el respeto al
raciocinio humano venga del hombre o de la mujer, de un occidental o de un fiel
a Allah. Así pudiésemos celebrar nuestras diferencias y triunfos sin recelos
impuestos por normas ancestrales. Viviríamos en un mundo más cerca de la idealización
prevalente en El Clon, libre de alusiones al terrorismo. Las rivalidades entre culturas
se arreglarían en la cancha de futbol y listo tal como acontece en la novela. Eso
sí sería digno de mostrarle a las Naciones Unidas. No perdamos la fe, cosas más
extrañas hemos visto y aún estamos en pie feliz de haberlas presenciado, esperando el próximo milagro en un mundo que
los necesita más de lo que lo trabaja y clama por ellos.
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