Cuando me criaba en
Puerto Rico si llegaba tarde de hacer compra con mi Mama y se abría la puerta
del elevador al llegar a nuestro piso, lo que retumbaba al unísono eran
los temas de las telenovelas del momento. ¿Quién no se acuerda de “Mi Vida
Eres Tu” en la voz de Rudy La Scala al comienzo de Cristal? Eso era un himno de
amor. Uno se sentía que tenía algo en común con el vecino aunque no lo
conociera ni de cara.
En los trabajos y las
escuelas las tramas y los temas eran conversación obligatoria. Aunque uno no
viera la novela, participaba. Es parte de la cultura. Y de ahí sale la unión
como pueblos. Odiamos a los malos colectivamente y sufrimos por los buenos en
alzada. Estamos de acuerdo de quien es quien dentro del mundo telenovelero. Quisiéramos
que la vida real fuese así de clara y tan en blanco y negro. A lo mejor no
deseamos las intrigas, pero si el ritmo de vida rápido y excitante. Nos
envolvemos tanto en los desenlaces que disminuimos el stress de nuestras vidas
viendo las aventuras y desventuras de otros. La disminución de nuestros
problemas y dolamas es una bendición durante esos ratitos noveleros. Es respirar
profundamente haciendo yoga extracorporal y multisensorial. Es una rutina de
ejercicios a la que nos entregamos con rigurosidad y compromiso, pero sobretodo
con entrega.
Con estos ejercicios
realzamos nuestra humanidad apoyando la bondad unilateralmente y rechazando la
maldad sin reparo alguno. Y al traducirse las historias a diferentes idiomas,
este sentimiento se vuelve universal. Sentimos empatía y simpatía por los de
los países que producen los melodramas. Se manifiesta la gran familia humana en
espíritu a la distancia.
Durante mi temprana
juventud, las novelas venezolanas de Radio Caracas Televisión y de Venevisión me
transportaban a un mundo de absolutos y donde se podían arreglar las
injusticias. Allí el que la hacia la pagaba sin duda alguna. Como colegiala de
clase media en colegio de ricos, ese revanchismo y sed de justicia me
encantaban. Veía las novelas a la escondida de mi Mamá. Para ella eso era para
gente ociosa y yo como estudiante de honor, no daba la imagen de ociosa. Mi Papá
era más benévolo con las novelas. No se desvivía por ellas, pero si le gustaban
los temas de Ricardo Montaner. Y así Montaner se convirtió en uno de sus
cantantes favoritos. Veíamos Niña Bonita juntos por las tardes. Montaner con su
“Tan Enamorados” unió en complicidad novelera. Después de eso nos dió trabajo
encontrar una que nos gustara los dos y él
se regresó a su CNN. Pero nunca olvido esa época. Ahora que él no está si oigo
“Tan Enamorados” me transporto a los tiempos de Rudy Rodríguez y Luis José
Santander. Me vuelve la fe al cuerpo. Pienso que todavía hay historias y
canciones que pueden más que la realidad.
Ahora, cuando oigo “Mi pequeño
Amor”, el tema de la telenovela puertorriqueña Coralito, ahí sí que se me va el
mundo. Nunca pude verla, pero siempre oíamos el tema porque salía la novela
inmediatamente después del noticiero de Telemundo. Ednita Nazario y Laureano Brizuela
lo interpretaban de una forma que distaba mucho de lo que puede ser una canción.
Lo cantaban como una verdad absoluta en sus vidas. Olvídate tú de si Sully Díaz
y Salvador Pineda protagonizaron con mucho éxito. Sí, lo hicieron;
abrumadoramente. Pero, “Mi Pequeño Amor” marcó mi vida como el primer y único tema
que mi Papá me dedicó. Era de amor de pareja. Eso no aplicaba para nada. Lo que
sí iba en nuestra relación era que fuimos la verdad uno del otro. Dos caras de
una misma moneda que a veces diferíamos, pero que siempre éramos lo más cerca
de uno mismo que un padre y una hija pueden ser a pesar de los errores e
inconsciencias que pudiésemos cometer. No
lo digo dentro de un marco de perdón, sino dentro de un marco de aceptación y sapiencia
de que quienes fuimos, quienes somos y quienes vamos a ser. Aunque el ya no
tiene chance de ser nada más en este plano terrenal, vivo con el
concepto de que lo que soy y lo que seré se debe en parte a ser su pequeño
amor.
En medio de toda estas
emociones telenoveleras, me entristecí mucho al escuchar que el Presidente de
Venezuela Nicolás Maduro tronó contra las telenovelas. Las considera
instrumentos que llevan a la peor violencia colectiva. La peor violencia
colectiva, en mi opinión, a veces merma durante los horarios de las novelas,
certámenes de belleza, eventos especiales y deportivos que le ocupan la mente a
la gente. Ese interés por la programación no excluye a los elementos
criminales. Ellos también van en esas. Muchas estadísticas señalan que la
criminalidad baja durante las horas que se transmiten estos programas. Y muchas
veces las tramas novelas se actualizan para estar más cerca de la actualidad de
nuestros países. De ahí han salido las narco novelas, que según los códigos de
orden televisivo en Venezuela me luce que no se transmiten a menos que sea por
satélite o internet. Y eso de las narco novelas son otros veinte pesos…un tema
que pronto tocaremos por su cuenta. Volviendo al tema de hoy, creo que las únicas pautas que sientan las
telenovelas son de moda, peinado y maquillaje. No se olviden de los talentos y
cantantes que impulsan también. En estos momentos quisiera que impusieran una
moda que vaya más allá de lo que se pueda interpretar como superficial. Sino
que de algún modo el recuerdo de un tema nos transforme y nos traiga ese modelo
de empatía y sentimiento que nos despierta el recordar a un ser querido o un
momento de sosiego en nuestras vidas. Que ese recuerdo se vuelva nuestra
consigna de unión como pueblo en cualquier parte del mundo porque ahí está la
fuerza de los pueblos, precisamente en lo que ama, comparte y más quiere de sus
novelas: el amor invencible. Eventualmente, este vencerá la violencia y solo
podremos imaginar qué tipo de novelas veremos entonces.
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