La fascinación por el exotismo y
las religiones del lejano oriente reluce nuevamente en “Preciosa Perla”
(Telemundo, 12:00 p.m. EST). Este tema
recurrente en las novelas brasileñas producidas por Globo encuentra su marco en el budismo tibetano,
los estragos de la 2ª Guerra Mundial y la posguerra, el arte del cabaret, el socialismo
y por supuesto en el amor y la venganza. Sin amor y venganza, no puede haber
telenovela de género alguno.
El merecedor del odio de todos es
“Don Ernest Hauser,”un joyero de origen suizo que cree manipular la vida de
todos a su alrededor con su maldad y prepotencia. Caracterizado por José de
Abreu, el maldito “Nilo” de “Avenida Brasil,” este personaje destila veneno del
más concentrado por el mero hecho de respirar. José de Abreu se crece con este
papel demostrando que la edad no es impedimento para dominar las escenas y ser
protagonista de facto. La pareja protagónica queda en segundo plano y por mucho
ante sus ademanes, carisma y gestos.
De igual forma, “Rita,” la nena
de “Genesio” en “Avenida Brasil,” Mel Maia es “Perla” la reencarnación de
“Ananda Rimpoche” en Brasil. La niña actúa con convincente naturalidad usando
la justa medida de inocencia y precocidad. Y tal como en “Avenida Brasil” se
encara con José de Abreu, pero esta vez con el amor de una nieta y no la
rebeldía del ambiente hostil del tiradero.
La gran interrogante de “Preciosa
Perla” es si “Perla” salvará a “Don Ernest” de su propia maldad. El viejo
cosecha su siembra, pero aún reniega de aceptar su propia culpabilidad en su
destino. Lo sufre pero sólo adjudica culpas a las faltas ajenas. Todo es porque
su forma de vida y de lidiar con el mundo cambiante es inadecuada. No acepta
los cambios sociales ni el dinamismo de los seres humanos como fuentes de
raciocinio y gustos propios. Para “Don Ernest” el mundo es de él y el resto
desfila como parte de un elenco secundario. Se cree protagonista, director,
guionista, editor, promotor, publicista, en fin de todito.
Vive engañado, la que corre el
espectáculo es la ex-ama de llaves, “Gertrudis” (Ana Lucía Torre) Esa es más
odiosa y calculadora que él. Ha enfermado al supuesto hijo de ambos,
“Manfred,” a tal grado que tiene las
mismas ganas de redirigir el mundo que “Don Ernest.” Cree que así conquistará
el amor de su Papito y todo aquello que allegadamente le pertenece y merece. Un
ególatra para otro ególatra. Sería como decir una flor para otra flor, pero
marchitas las dos. A cuál de las dos más muertas de estas florecitas.
Y más ahora que “Manfred” (Carmo
Dalla Vecchia) sabe quién es su verdadero padre. El muchacho está más muerto por
dentro que nunca, más obligado que nunca a proteger su falsa identidad como
hijo de “Don Ernest” y ocultando el ensañamiento contra su madre. Veremos si
“Don Ernest” se rebela y llega a entender que lo es el amor—no es sinónimo de
mancillar, humillar, mal dirigir y mangonear a los demás. Quizás “Perla” con su
inocencia infantil y la sabiduría milenaria que encierra al ser la
reencarnación de un maestro budista tenga la llave del corazón del indomable e
insoportable abuelo. ¿O pasará el resto de sus días sin salvarse de si mismo y
aceptar que aunque la salvación es individual se puede mediar a través de otro
– sólo si nos abrimos no sólo de brazos y de la boca para fuera, sino del
corazón para dentro para así abrazar lo que las palabras no pueden describir y
los brazos no pueden agarrar: la verdadera incondicionalidad del amor.
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